Hace varios años, cuando yo tenía 12 o 13, nos propusieron en clase un juego/reflexión en plan metáfora:
estábamos en una balsa (embarcación sencilla); nos habíamos deshecho de todo, sin embargo aún sobraba peso para evitar hundirnos y morir todos, justo el peso de una persona: una persona debería tirarse al mar, poner en juego su vida (con muchas probabilidades de morir) para salvar a todas las demás. Y cada uno debía dar un motivo para justificar porqué no tenía que ser él quien se muriera, por qué razón debería seguir viviendo.
Mi respuesta fue: "porque aún no he vivido".
Ha llovido mucho desde entonces. Era una muchacha que hacía todo lo posible por intentar ser mayor, pero el tiempo le avanzaba más despacio de lo que querría, y el mundo adulto parecía no invitarle nunca a madurar. Quería sentir la libertad, poder vivir aquello que me impedían ver y oír; escoger y poderme equivocar.
Uff...si ha llovido. Aquél tiempo que parecía no avanzar, avanzó, y avanza cada vez más rápido, con tanta discrección que a menudo uno ni se da cuenta. La niña que creía que siempre iría a escuela, que siempre viviría en casa, que nunca trabajaría y que le solucionarían todo siempre, siendo ahora mujer se pregunta cuándo podrán otros decidir por ella en aquellas cosas que preferiría dejarlas como están, pero sin embargo otros factores obligan cambiar.
Si he vivido... claro que he vivido: y estoy viviendo. Pero creo que también ME QUEDA MUCHO POR VIVIR.
Amén.